I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

20 de agosto de 2010

Uno más.

Cerró la puerta y bajó las escaleras, saltando cada dos escalones. Abandonó su portal y no miró atrás, como normalmente hacía para contemplar su imagen en el espejo y pararse a peinarse o atarse los cordones. Pero esta vez no lo hizo.

Subió al metro justo antes de que se cerrasen las puertas, empujando a una chica que se giró enfadada con intención de comenzar una discusión, pero no lo hizo. Le sonrió y le dejó pasar. Matt no se sorprendió, era una reacción a la que él ya estaba acostumbrado. Se sentó en un asiento desocupado, enchufó su iPod y dejó que los acordes de sus canciones favoritas sonasen en sus cascos, aislándolo de los ruidos del metro de la capital. Por enésima vez, rememoró la noche anterior.

No se había movido hasta que ella se hubo despertado, y somnolienta le mirase. Entonces ella le había sonreido. Y él no había podido evitar devolverle la sonrisa. Se había duchado mientras ella se desperezaba y se vestía. Habían desayunado juntos mientras hablaban sobre nada importante, y tras acabar el café ella se había marchado.

Entonces se había sentido tremendamente solo.

Era extraño que se sintiese solo. Había pasado la mayor parte de su vida solo. El trabajo de su padre le obligaba a pasar largos periodos de tiempo en el extranjero, mientras que su madre había muerto en un accidente de coche cuando el solo tenia tres años. Por tanto, practicamente vivía solo.

Y tener la casa sola era una ventaja. Si, las mejores fiestas eran en su casa, y podía invitar a todas las personas que quisiese y hacer lo que le placiese, ya que sus vecinos no solían quejarse. Aprovechaba mucho esa ventaja, y cada dos semanas había fiesta en su casa para celebrar algún cumpleaños o alguna ocasión especial.

Pero llevaba un mes sin hacer fiestas. Sin pasar la noche con alguna chica ávida de conocer su dormitorio. Sin beber hasta emborracharse junto a sus amigos. Si. Llevaba un mes pasando con la misma persona todas las noches de los viernes. Solo con ella.

No sabía mucho de ella. Su nombre, su marca de cigarros preferida, la bebida que más le agradaba y poco más. Pero no era como las otras chicas. Ella no se presentó ávida por conocer su dormitorio. Ella simplemente le sonrió.

Esa sonrisa. Si, era esa sonrisa la que le hacía sentirse solo. Y no le gustaba.

Oh venga ya. Él no era así. Él era el hacedor de heridas. Él era el causante de la soledad. El que jugaba en casa, con ventaja. El cazador de mariposas. El buscador de nubes. El rey del bosque. Y sin embargo ahora no era eso. Ahora era un parche, una tirita, un hilo verde, una mariposa cazada, una nube oculta. Solo uno más.

Y no quería ser uno más.

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