I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

30 de agosto de 2010

Era viernes.

Era viernes.

Era viernes y había quedado con ella.

Era viernes e iba a pasar la tarde con ella, en la capital.

Era viernes 30 e iban a estar solos toda la tarde.

Era viernes 30 e iban a la aventura.

Era viernes 30.

29 de agosto de 2010

¿Cómo dices?

Sentarse en medio de la acera cuando está diluviando y sentir como el agua empapa el rostro y la ropa, aún a sabiendas de que al llegar a casa habrá bronca. Copiar una película en un CD cuando te la pidieron en un DVD y ahorrar así uno. Tocar el bajo hasta las tantas de la mañana, y sentirse inspirado para seguir tocando sin pensar en dormir.

Escribir historias sin sentido alguno, pero que sirven para desahogar y expresar los sentimientos. Soñar con ser alguien en el mundo, un superhéroe, o un médico prestigioso, o un gladiador romano, o un arqueólogo aventurero, o una estrella de rock, o símplemente alguien feliz. Coger el último trozo de pizza. Acabar un trabajo de clase. Faltar a las clases. Asisistir a las clases.

Charlar y charlar sobre sandeces. Redactar poemas cursis y empalagosos. Tirar esos poemas a la basura. Oler la tierra mojada. Asomarse a la ventana y sentirse libre. Contemplar el horizonte en el mar. Escuchar tu canción favorita una y otra vez.

Encontrarse dinero en el suelo de la calle. Bucear en la piscina y demostrar que eres quien más aguantas. Sobrevivir a la mayor bronca y darse cuenta de que no era para tanto. Angustiarse por perderse a sí mismo. Buscar un motivo para seguir luchando. Luchar por buscar un motivo.

Llorar hasta que no salgan mas lagrimas. Reir hasta que te duela la tripa y la cara. Sonreir ante una persona agradable. Emocionarse con una película infantil. Jugar a ser piloto. Ser piloto jugando. Tomar un refresco cuando las gotas de sudor caen a borbotones. Zambullirse en la piscina en un día caluroso. Abrigarse antes de salir de casa en un dia frío.

Levantarse y encontrarse la calle nevada. Correr y sentir el corazón a mil por hora. No correr y sentirlo a la misma velocidad. Animar a un amigo cuando lo necesita. Ser animado por un amigo cuando se necesita. Memorizar diez fórmulas físicas y saber aplicarlas en cualquier situación de la vida cotidiana. Comprobar que los contactos del móvil no se han borrado al cambiar de aparato.

Y sobretodo. Sentir tantas cosas diferentes y complejas que tengas que parar estés donde estés y trates de aclararte.

Ella hacía que todo aquello fuese insignificante. Ella hacía que no fuesen más que un cúmulo de cosas sin sentido alguno.

Ella le hacía feliz.

¿Y por qué más?

Porque la quería.

Suponía que esa era la razón por la que no le importaba encontrarse tal y como se encontraba. ¿Suponía? Oh venga ya. Esa era la razón. Porque podría apostar por lo seguro. Porque podría dejar de sentirse asi de confuso. Porque podría olvidarse de todo, incluyéndola a ella, y vivir sólo por y para él mismo. Porque podría volver a controlar su vida.

Porque podría hacer todas esas cosas. Si. Podría hacerlo. Y tenía que admitir que era realmente tentador.

Sin embargo no pensaba hacerlo. ¿Por qué? Creía conocer esa respuesta.

Porque la quería.

Su sentido de la lógica había desaparecido, por completo. Porque no recordaba las fórmulas que tan poco le había costado memorizar, ni razonaba con la misma rapidez y agilidad que anteriormene. Tal vez su continuada ausencia en las clases de física había sido un factor que acentuase esa falta de lógica. Tal vez el hecho de enamorarse había contribuido a la desaparición. Tal vez.

¿Y qué mas daba? ¿Y qué mas daba no saber que fórmula aplicar en tal operación matemática? ¿Y qué más daba no saber como reaccionar ante diversas situaciones por las que no había pasado anteriormente? ¿A quién le importaba que en las últimas semanas hubiese repetido tantas veces dos palabras que por separado no tienen significado alguno, y sin embargo al juntarlas y pronunciarlas en su presencia cobraban tantos significados diferentes?

Lógica fuera. Razón fuera. Control fuera. Independencia fuera.

¿Las echaba de menos? Recordaba su capacidad de razonamiento, su autocontrol, su manera lógica de ver el mundo y de actuar, y sobretodo su independencia, su capacidad para valerse con sí mismo. Habían sido siempre su firma. Su manera de ser y actuar. Las extrañaba.

Pero no las quería. No ahora que la conocía, y conocía otros sentimientos. No ahora que la luz había bañado su habitación mostrándola tal y como era. No ahora.

Y dependía de ella. Y eso era tal vez lo que más le podía frustrar. Dependía del gesto más insignificante. De la frase sin menos coherencia. De la palabra más tonta. De las palabras con menos significado. Si. Dependía. Pero, aún siendo paradójico, estaba satisfecho de depender.

Porque en cierta manera, él lo había elegido. Porque podía haberse echado atrás cuando empezó a sentir tantas cosas, y haberse apeado en la estación más cercana al origen del viaje. Porque podía haberse agarrado a la seguridad de la cuerda que colgaba sobre el abismo. Porque podía haber desaparecido. Pero había preferido seguir adelante, y continuar sentado en vez de apearse, y lanzarse a la oscuridad del abismo sin preocuparse por que dejaba atrás, y no desaparecer del mapa, sino continuar siendo un punto visible.

Porque eso era lo que era. Un punto visible.

Y porque pasase lo que pasase, había acertado lanzándose al abismo. Porque la luz lo había iluminado, y no era tan oscuro como parecía desde arriba.

¿Y por qué más?

Ah si. Porque la quería.

28 de agosto de 2010

La chica de los tira y afloja.

- Creo que es tarde. Debería volver a casa antes de que mi madre se enfade -dijo ella mientras miraba la hora en su móvil.
- ¿Ya? No son más de las once.
- Lo se, pero tuve bronca con ella y me castigó -sonrió y se levantó. Inmediatamente Matt la siguió.
- Te acompaño -se excusó mientras se sonrojaba un poco.

"Soy idiota. Rematadamente idiota" pensaba una y otra vez mientras se alejaban del césped donde habían pasado la tarde donde ella le había dado su papel. Él lo había cogido, ávido de leerlo, pero ella no lo soltó. "Te lo daré cuando me marche, y lo leeras cuando estés solo" le había dicho antes de guardarlo de nuevo en su gran bolsa negra. "Oh venga ya" contestó él, pero ella no cedió y con una sonrisa, le preguntó por su semana, cambiando el tema, obligando a desviar su mirada.

Y ahora caminaban hacía su casa mientras hablaban mucho sin decirse nada. Se había prometido a sí mismo que hoy lo haría. Que hoy hablaría con ella. Que pondría las cartas sobre la mesa, aún a sabiendas de que no llevaba más que una pareja de reyes y que había apostado a todo. Aún a sabiendas de que estaba en juego mucho más de lo que imaginaba. Aún a sabiendas de que iba de farol.

¿Por qué no lo hacía ya? ¿Por qué no la paraba, la obligaba a escucharle y le contaba de una vez por todas lo mucho que la necesitaba? ¿Por qué no la explicaba por qué no quería perderla? ¿Por qué sentía las manos frías cuando él nunca sentía frío? ¿Por qué su corazón latía a mil por hora, como si hubiese subido y bajado las escaleras de su portal diez veces? ¿Por qué?

Mientras hablaban, observaba el cielo, oscuro y nublado, mientras se preguntaba todas esas cosas y respondía sin prestar mucha atención a sus preguntas. Ella malinterpretó su sequedad en las respuestas y calló.

La lluvia hizo su aparición cuando se adentraban en el barrio de la chica. Ella tuvo que parar varias veces a saludar a vecinos, o a conocidos, los cuales hablaban y hablaban, salvando el silencio que había aparecido a lo largo de la caminata entre la chica del pelo bonito y el chico que componía canciones.

Y ella les saludaba con alegría, y hablaba con ellos, y sonreía, y respondía a sus preguntas, y preguntaba por sus seres queridos. Y mientras tanto Matt se quedaba aparte, observando como actuaba. Respirando su olor disimuladamente. Contemplando su sonrisa. Rememorando las noches en su casa. Recordando el beso en el banco de una calle cualquiera. Buscando el valor y la decisión para explicarla sus sentimientos.

Y así, sin tiempo a darse cuenta, llegaron a su portal. Ella se giró.

- Gracias por acompañarme, Matt.
- No te iba a dejar sola. Seguro que te encuentras con una banda de degenerados sexuales que te quieren pervertir y te llevan a rastras para hacerte suya -dijo sarcásticamente. Sin embargo no dejó asomar ni una pizca de su frustración en sus palabras.

Ella rió.

- Eres idiota, Matt.
- Entre otras cosas, lo sé -respondió con una sonrisa.
- También tienes cosas buenas.
- Es cierto. Toco la guitarra en un grupo. Y tengo una casa casi siempre sola, lo que me permite montar fiestas y pasarlo bien.
- Egocéntrico -le reprendió.
- Entre otras cosas.

Rieron.

- He de irme ya, Matt. Llamame. O te llamaré. O lo que sea -dijo mientras se acercaba y le plantaba un beso en la mejilla, a modo de despedida.

"Venga Matt. Actúa. Joder Matt, actúa antes de que se largue"

- Elena -la llamó antes de que entrase en su portal.
- Dime Matt.

"Venga tío. No es tan dificil. Sólo di lo que sientes"

- Yo... Tengo que decirte una cosa. Bueno. Varias cosas.
- Espera un momento.

Llamó al telefonillo. La voz de su madre sonó irritada cuando contestó, pero tras una mala excusa, la permitió subir a casa quince minutos más tarde.

"Vale. Tienes tiempo. Quince minutos. Genial. Venga, Matt, venga tío, venga"

Se sentaron en un banco que se hallaba a pocos metros de su portal, pero oculto por el tronco de un árbol.

- Así mi madre no nos verá. ¿Qué querías decir?

Tragó saliva.

Allí estaban. Ella, sentada con las piernas cruzadas, mirándole expectante. Sus ya típicas converse reposaban sobre la madera húmeda del banco. Sus pantalones vaqueros, rotos por algunos lados, y su camiseta de manga larga negra realzaban su figura. Sus labios estaban contraidos en una mueca de curiosidad. Y sus ojos. Sus ojos de color indescriptible estaban clavados en los del chico. Su mirada curiosa le perforaba.

Y no pudo aguantar más.

- Elena... Yo... No sé como empezar a hablar. Como explicarte todo. Como contarte cada una de las cosas que siento. Lo he estado pensando durante mucho tiempo. Y he llegado a la conclusión de que no existe manera no empalagosa y no cursi de decirlo.
- ¿Estás seguro?
- Lo estoy. No pretendo hacerte sentir incomoda, y mucho menos que tengas que responderme de la misma manera. Es más, ni siquiera sé que es lo que pretendo. Bueno, si, claro, pretendo contartelo. Pero no sé para qué. Y estoy confuso. Y vale. Si. Me callo -dijo escupiendo las palabras.

Tomó aire.

- Es la primera vez que le digo algo así a una chica antes de que ella me lo diga a mi. Es la primera vez que me toca dar el paso a mí. Es la primera vez de muchas cosas, y también es la segunda, o la tercera, o cualquier otro número, de otras cosas. Y ya me estoy desviando. Y no debo hacerlo. Y no puedo evitarlo. Y si, espera.

Volvió a tomar aire. Las palabras salían solas, sin poder controlarlas. Su sinceridad abrumaba al propio chico. Decidió terminar cuanto antes.

- Matt... -empezó ella. Pero con un gesto la hizo callar. Él se acercó a ella, hasta que su olor llegó a sus fosas nasales, nublando sus sentidos. Su confusión interna y la que ese olor le causaba hicieron mella en él.

Respiró, inhalando más aún su olor.

- Te quiero, Elena. Y es difícil que no suene empalagoso algo que en sí mismo, es empalagoso. Pero es más difícil sentir lo que siento. Y más aún, es el hecho de aceptar que estoy enamorado de ti. Y sin embargo, es fácil darse cuenta de ello. Y lo que quiero decir con tantas tonterías no es más que... Joder Elena. Que te quiero. Si. Que Matt, el chico de hielo, el chico que jugaba con las chicas y nunca demostraba sus sentimientos, está enamorado de ti.

Y la sonrió. Y se acercó, inconscientemente. "No debes besarla. Dejala asimilarlo, idiota. Vuelve, vuelve atrás"

Pero dejó de hacer caso a su voz interior. Dejó de preocuparse por el chico de la moto. Dejó de importarle todos los Jesuses del mundo. Dejó de sentir su nerviosismo. Dejó que su frustración huyese, lejos de ese banco oculto tras un árbol. Dejó que todos los acordes de su cabeza fluyesen, a velocidad abrumadora. Dejó que todas las palabras que nunca supo decir acudiesen a sus labios, aunque no las dijese. Dejó de interesarse por la física, por la anatomía y por las matemáticas. Dejó de sentir la humedad del banco. Dejó salir sus sentimientos. Dejó todo eso y más, cuando los labios del chico de las emociones intensas y confusas posó los labios sobre ella.

Y entonces dejó de preocuparse por el viaje que iba a emprender del que podría no salir bien parado.

¿Qué más daba todo? En el fondo sabía que podría acabar hundido. Que podría dejar de ser él mismo.

Pero sabía que nunca olvidaría a la chica de las converse rosas. A la chica de la sonrisa inoxidable. A la chica de los tira y afloja.

A Elena.

25 de agosto de 2010

Tonterías en un papel.

El coche frenó en seco antes de llevarse por delante al chico, pero este ni se inmutó. Continuó andando con las manos en el bolsillo, los cascos en los oídos y la guitarra en la espalda. El conductor le dirigió unas palabras poco elegantes e hizo sonar el claxón para llamar su atención. Pero Matt no le miró y siguió andando, perdiéndose entre la muchedumbre de la capital.

Había vuelto a su vida anterior. O al menos parcialmente. Volvió a ensayar con los chicos, y recuperó algunas clases de canto. Asistió de nuevo a las clases y volvió a quedar con sus amigos. Recuperó su habitual sonrisa y bromeaba como había hecho siempre. Pensaban que había vuelto a ser el mismo Matt de siempre. El chico alegre y seguro de sí mismo que sonreía cuando nadie tenía ganas, y aquel que animaba siempre a seguir intentando las cosas.

Pero Matt no era el mismo. Nunca sería el mismo.

La llamaba cada dos días al teléfono simplemente para hablar. Quedaban con bastante frecuencia para ir a comprar material de estudio, o para comprar una púa, o para visitar una tienda de música nueva, o para comprar un café y tomarlo sentados en el césped húmedo por la lluvia de cualquier parque, o para andar y andar hasta que sus piernas pidiesen un descanso, o tomar unas copas en cualquier bar perdido en una esquina olvidada, o para visitar las cosas más tontas pero más graciosas de la capital. Escribían tonterias, y cuando quedaban leían las que había escrito el otro. Y reían al leerlas.

Si, era fantástico. Había recuperado su antigua vida. Y la tenía a ella. Sólo había un gran problema.

Desde aquel día en el banco, no había vuelto a haber más besos. No habían hablado del tema. Matt se había alejado, pensando que la incomodaría un excesivo acercamiento. Y le costaba horrores no poder coger su mano cuando estaban sentados en cualquier sitio y reposaba sobre su regazo. Y le costaba mucho no poder acariciar su piel e inhalar su olor. Y le costaba mucho más no poder acercarse y posar sus labios en los de ella. No poder acallar algunas de sus conversaciones acaloradas con un beso.

Y se consideraba un enfermo empalagoso, pero él había asumido su nueva personalidad. Y tenía su vida. Claro que la tenía. Tenía sus amigos. Tenía su grupo. Tenía su guitarra. Tenía su casa sola, y su dormitorio vacío. Tenía chicas con las que podría satisfacer sus necesidades físicas. Tenía dinero. Tenía alcohol, botellas y botellas de alcohol, junto a copas que se llenaban y se vaciaban fácilmente a una velocidad abrumadora. Tenía educación. Tenía una vida.

Y claro que podría sobrevivir sin ella. Se había empeñado en que no. Pero podía hacerlo, lo haría. Si. La quería. La amaba. Pero si ella le mandase a la mierda, él tarde o temprano lo superaría, y su imagen y su olor pasarían a ser un recuerdo. Si. Pero él no quería que eso sucediese. No quería que fuese un recuerdo. No quería que le mendase a la mierda. No queria ir al ranking de chicos que habían desaparecido de su vida.

"Es ley de vida" decían unos, "Una puerta se cierra y otra se abre".

Su puerta estaba muy abierta. Esa puerta se había abierto con brusquedad. Y el golpe de esa puerta al chocar con la pared había hecho que los pedazos bien colocados de la vida del chico se hubiesen caido al suelo, y algunos se hubiesen roto. Y había dejado una marca en la impoluta pared. Pero la luz que había entrado por la puerta había iluminado todo. Le había permitido ver con mayor claridad el lugar en el que habitaba, y se había dado cuenta de los desperfectos, y de donde se hallaban, y ahora podía arreglarlos. Y se había acostumbrado a esa luz, que iluminaba la habitación mostrando cada uno de los desperfectos. Y si la puerta se cerrase, la marca de la pared seguiría en su sitio. Los objetos caídos no habrían vuelto a su lugar. Los desperfectos volverían a ocultarse en la oscuridad. Y la habitación se sumiría en una extraña y vacía penumbra.

Y Matt no quería eso.


Abrió la puerta de casa, tiró las llaves al sofá y encendió las luces. El salón estaba horrible tras la reunión de amigos de esta mañana en su casa. Tenía que pensar en recogerlo. Las bolsas de patatas, las latas de cerveza y los cigarros en los ceniceros se habían acumulado de una manera soprendente, sin que Matt se diese cuenta.

Comenzó a recoger el salón, mientras sus pensamientos dibujaban acordes en su cabeza. Antes de cenar, tras volver del ensayo, era su momento de relax. Solía tumbarse en el sofá y pensar en acordes y más acordes, hasta quedarse en un estado de duermevela que adoraba, ya que le alejaba de la realidad y le permitía soñar. Estaba deseando terminar de recoger para poder tumbarse en el sofá cuando su móvil sonó. Un nuevo mensaje.

Cogió el móvil de la mesa y lo desbloqueó. Era de Elena. Tragó saliva y lo abrió.

Nada importante. Le contaba que había tocado entera la canción en la que estaba insistiendo con el piano estos últimos días, sus clases habían sido aburridas, y le proponía quedar al día siguiente. Matt no pudo evitar llamarla.

Hablaron alrededor de una hora. Rieron y compartieron sus respectivos días. Ella estaba contenta y se notaba en el tono de su voz, y a él le agradaba mucho escucharla feliz. Quedaron el día siguiente, a las cinco de la tarde, en el banco donde solían quedar siempre. Dijo que le iba a traer una sorpresa. Matt sonrió y dijo que no le gustaban las sorpresas, pero ella se negó a decir nada. Simplemente le dijo que era una de sus múltiples hojas con tonterías escritas.

Ella colgó tras excusarse porque sus padres habían llegado a casa. Matt se quedó mirando fijamente la pantalla del móvil varios segundos. Después rió para sí mismo y lo dejó en la mesa mientras volvía a su tarea de recoger.

Si. Lo tenía clarísimo. Él quería a esa chica. La quería con toda su alma. Y al dia siguiente iba a decírselo. Iba a explicarla sus sentimientos.

Elena iba a saber cada uno de los sentimientos del chico.

Iba a saber que la quería. Que pensaba en ella casi constantemente y que escribía y componía por y para ella.

Iba a saber que la amaba.

23 de agosto de 2010

-¿Perdona, tienes fuego?

- Perdona, ¿tienes fuego?

Matt odiaba esa pregunta. Y se la hacían muy a menudo. ¿El hecho de ser joven quería decir que fumase? ¿O tal vez eran sus pintas? Sus vaqueros viejos, su pelo, marrón que caía sobre sus ojos, tapándoselos, ¿o su actitud? No sabía por qué, pero le confundían con fumador. Y él odiaba el tabaco. Su padre fumaba mucho, y cuando viajaban en coche el humo del tabaco irritaba sus ojos, y le hacía toser. Odiaba el humo.

Sin embargo, podría llegar a fumar. Podría llegar a superar su asco al humo. Podría hacerlo. Y sólo si ella se lo pidiese. ¿Acaso no tenía personalidad? ¿Acaso era una simple marioneta que obedecía los mandatos de unas manos caprichosas? No. O al menos, él no lo veía así.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos golpes en su espalda. Se giró sobresaltado, y allí estaba ella sonriéndole. Rápidamente se quitó los cascos que le aislaban del mundo y se puso en pie, saludándola con una sonrisa. Charlaron un poco sobre el mal tiempo, y empezaron a andar, sin una dirección determinada. La tarde pasó rápida. Se refugiaron en una cafetería donde hablaron y rieron. Él contaba sus anécdotas, y ella reía mucho. Luego ella contaba las suyas, y él reía. Y él era féliz.

Habían vuelto a quedar otras dos veces desde esa tarde en la que se habían visto fuera de la casa del chico. Y habían ido al cine y a un centro comercial, y a la calle principal a ojear escaparates mientras imaginaban y reían. Habían sido tardes inolvidables. Los pensamientos de Matt pecaban de empalagosos.

Se había acostumbrado a ella. A su presencia, a su olor, a su sonrisa y a su figura. Y cuando no la tenía cerca, inconscientemente la imaginaba. Había compuesto dos baladas pensando en ella. Había comprado un cuaderno donde escribía frases sin coherencia alguna, en las que plasmaba sus sentimientos, tratando de desahogarse. Porque Javi no sabía nada. Porque su padre no había vuelto en todo este tiempo. Porque sus notas estaban decayendo. Porque hacía tiempo que no iba a ensayar. Porque había faltado a muchas clases. Porque él la quería.

"Estoy exagerando todo demasiado" se decía una y otra vez. Claro que lo estaba haciendo. Exagerar y exagerar, hasta llegar a puntos insospechados en él. "Tengo que recuperar mi vida" "Yo antes no era así" "¿Qué me está pasando?"

¿Que qué le estaba pasando? Lo sabía perfectamente. Lo intuía desde hace tiempo. No sólo la quería. No era simple cariño. No era una chica más. Ni siquiera era una chica a la que quería. Ella era más. Mucho más.

Y los días pasaban. Y las semanas. Pero su obsesión no dejaba de aumentar. Compuso canciones enteras. Escribió hojas y hojas. Tomaba café tras café, y gastó botes enteros de azúcar. Dejó de jugar con las videoconsolas. Dejó de haber fiestas. Los camareros de los bares, acostumbrados a su presencia, dejaron de verle las noches de los fines de semana. Las chicas dejaron de buscarle. Sus amigos le llamaron varías veces. Y él no cogía sus llamadas. Se quedaba encerrado en casa. Solo. Con su inspiración. Y componía y componía. Y escribía y escribía.

Y así apareció el invierno. El frío llegó, impacable, e hizo mella en Matt. Y fue entonces cuando recobró algo de sensatez. Llamó a Javi, quedó con él en su casa esa misma tarde.

- Ultimamente no he sabido nada de tí -le reprochó él. Estaban sentados en el salón. Dos cervezas en la mesa y la televisión encendida, retransmitiendo un partido de baloncesto al cual no prestaban atención, contemplaban la escena -Pensé que estabas enfermo, o que te pasaba algo serio.
- No he estado enfermo. He estado... -calló, sin saber que responder.
- Has estado con ella -terminó Javi.
- Si y no. He quedado con ella, algunos días. Pero no he salido de casa, y joder Javi, no sé. No he ido a los ensayos, he faltado a muchas clases, y me quedaba aquí en casa. Solo. Tocando y escribiendo. Y Javi, joder, joder, joder...
- Matt cállate -Javi se adelantó, y abrazó a su amigo. Matt no era de muchos roces. Pero en ese instante lo necesitaba. Con toda su alma -Somos tus amigos. Estamos aquí, tío.
- Lo sé. Creeme que lo sé. Es sólo que... Joder, nunca me había pasado... Yo...
- Tu la quieres.

Matt se separó. Se secó los ojos y sonrió.

- No sólo es eso, Javi. Yo... Estoy enamorado de ella. Yo la amo.

22 de agosto de 2010

Requeteincómodos.

El humo de los coches y la fritanga de los bares le hizo toser. Si si. Odiaba ese lugar. No entendía por qué en ese lugar. Pero allí estaba, sentado en un banco, en una calle cercana a la escuela de música. Una calle impregnada de coches, de bares, restaurantes y puestos de comida rápida, y de gente. Sobretodo de gente. Gente de todas las edades caminaban con prisa, sin pararse más que a comprar algo de comer, e incluso eso lo hacían con prisa.

Y Matt odiaba a la gente con prisa. Él siempre se había considerado un chico tranquilo, que no pierde los estribos y siempre lleva el control. Hasta hace bien poco había sido así.

Miraba a todos los lados, buscándola. Buscando su figura, su sonrisa, su pelo. Había dejado que el móvil sonase hasta que ella colgó. Y volvió a sonar. E hizo lo mismo, dos veces más. Hasta que él la había llamado. Palabras sin importancia. Ella quería verle, pero no en su casa. Él no la dijo que sabía lo suyo con Jesús. Simplemente aceptó. ¿Cómo iba a negar una ocasión de verla? Y habían quedado. En el banco donde la había visto por primera vez.

"Soy patético" se repetía una y otra vez, mientras disimuladamente miraba a su alrededor tratando de encontrarla. "No debí haber venido"

Y entonces la vio. Llevaba el pelo recogido en una coleta. Una camisa de cuadros, unos pantalones viejos y sus ya habituales converse rosas. Y sin embargo no era una chica más. No llevaba maquillaje, ni grandes escotes, ni faldas muy cortas. No llevaba ropa ajustada que provocase a la distancia, ni tenía una mirada lasciva que incitase a acercarse. No. Sin embargo, esa chica le atraía más que cualquier otra. Más que las últimas que habían pasado por su dormitorio. Y era realmente apetecible. Casi tanto como el pescado. Y a Matt le encantaba el pescado, ya que tenía fósforo y le hacía más listo.

Ella se acercaba, sonriéndole, y él se levantó rapidamente, guardando los cascos y el móvil en el bolsillo. Ella le besó en la mejilla. El contacto de sus labios en su piel provocó un estremecimiento. "Contrólate, no la cagues ahora"

Hablaron de tonterías. El tiempo. El fin de semana. Los estudios. La música. El grupo. ¿Tonterías? No para él. Nunca había hablado de cosas así con ella. Las fiestas habían sido sus temas, y los cigarros y el alcohol. Pero nunca había sabido nada realmente importante de ella. Ahora si.

Adoraba la lluvia, pasaba sus fines de semanas con sus amigas tiradas en el cesped de algún parque, iba a terminar la ESO, le gustaban grupos que parecían algo anticuados y se asombró de que él cantase en un grupo. La gustaba el café con mucho azúcar, no solía llegar puntual, leche caliente, su color favorito era el naranja, la apasionaba la poesía y leer historias, reirse, no la gustaba que la levantasen del suelo, sentarse a la sombra de un árbol, hipotetizar sobre muchas cosas, imaginarse su vida en el futuro. Se la daba bien el inglés, los niños la ponían nerviosa, tocaba la guitarra cuando estaba sola y el piano clásico desde los siete años. Odiaba el calor y el sudor de las manos. No solía ir detrás de los camiones, al igual que los botellones en los descampados le parecían muy tristes. Quería vivir en un chalet, escribía un blog, quería conducir una moto y no la gustaban las deudas.

Y él se maravillaba con cada nuevo descubrimiento sobre ella. Anduvieron por las calles, hasta llegar a un banco en medio de la nada donde se sentaron a charlar y charlar. Y él la miraba a los ojos, sonriendo, casi sin prestar atención a sus palabras, pero atendiendo cada una de ellas. Su voz. Su olor. Sus ojos. Su pelo. Su piel. Todo. Le encantaba.

Si, definitivamente quería a esa chica.

- ¿Y entonces qué pasó? -preguntó ella.
- Se rieron mucho de mi. Y con razón, claro. Acababa de prometer que no lo iba a volver hacer nunca y sin embargo no pude evitarlo -dijo Matt mienras ella reía y él la sonreía. Se miraron.
- ¿Sabes? No esperaba que fueses así -soltó ella.
- ¿Qué esperabas? No soy un chico de hielo.

Rieron.

- Esperaba... No se. Tenías pinta de tipo duro.

Matt no pudo evitar una mueca de dolor al acordarse de Jesús, pero la reprimió y volvió a sonreir. "Tipo duro"

- ¿Yo tipo duro? Soy un moñas, acabarás dandote cuenta.
- Los moñas tienen su punto -dijo ella, acercándose un poco. Él se fijó en ese gesto.
- Creo que deberíamos volver ya. Es tarde -dijo mirando alrededor. Si, había anochecido y les esperaba una buena caminata hasta la calle de donde habían partido.
- Si, además, este sitio tiene sus desventajas.
- ¿Ah si? ¿Cuáles? -dijo él, arqueando una ceja.
- Los bancos... son incómodos -respondió sólo ella. Se acercó un poco más.
- ¿Incómodos? -su corazón latía a cien por hora.
- Requeteincómodos.

Se acercó más. Él la miraba, asustado. Ella le sonrió. Cerró los ojos.

Y le besó.

Dolor de cabeza.

El telefono móvil sonaba. La vibración y la canción se repetían, una y otra vez. Y el dolor de cabeza no ayudaba a mejorar su mal humor. Cogió el telefono y miró la pantalla. Cuatro llamadas perdidas de Javi y dos mensajes.

- Oh mierda -exclamó mientras se levantaba, sobresaltado. Pero ese movimiento tan brusco no hizo más que marearle y tuvo que sentarse en la cama. En su cama. Estaba en su habitación.

Miró el despertador. Las tres de la tarde. ¿Cómo había podido dormir tanto? Trató de recordar que había pasado la noche anterior.

Había ido al bar... Se había despedido de Javi... Había bebido mucho... Había corrido a la escuela de música... Había seguido a un grupo de jóvenes... Se había escondido y espiado un botellón... Había visto discutir a Elena y a una amiga... Y había visto como Elena se subia y se largaba con el tal Jesús... Y había corrido al local del neón...

Si. Se había parado en ese local. Y había visto la moto de Jesús aparcada a un lado, entonces había sabido que allí estaba Elena. Y había oido su risa. Su maravillosa risa salía de una de las ventanas iluminadas del local, y también se escuchaba la voz de otro chico. Y parecían pasarlo muy bien. Y no le echaba de menos.

Claro, ¿por qué iba a hacerlo? No era sino otro más. Uno más. Y fue entonces, bajo la fría lluvia de Noviembre, enfrente de un local abandonado y habitado por vagabundos. Ahí, con el corazón latiéndole a mil por hora, con los pantalones manchados de barro y sobretodo, con una desesperación jamás sentida antes. Fue ahí cuando se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a la chica de la sonrisa bonita. Lo mucho que la quería.

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que era demasiado tarde. Que ahora que se daba cuenta de sus sentimientos, ella estaba con otro chico. Que no iba a ser violada, como su amiga borracha pensaba. Que ella prefería pasar la noche con ese chico antes que con él.

Y entonces todo su autocontrol se esfumó. Y gritó, y pegó una patada a la moto, y salió corriendo de allí, huyendo del local, y atravesó calles y calles hasta llegar a una parada de metro donde saltó y se sentó en el banco, esperando el vagón. Y fue allí, en esa parada perdida, sin la compañia de nadie donde rompió a llorar.

Las lagrimas caían por su cara, y sabían saladas, y era la primera vez que perdía de esa manera los estribos, y lo sabía, y lloraba con más intensidad. No podía evitarlo. Y esas lagrimas eran amargas. Y él la quería. Y ella a él no. Y eso le dolía. Mucho.


Su comportamiento había sido muy infantil, y se avergonzaba de ello ahora que estaba tranquilamente sentado en su cama. Su cabeza le permitía pensar algo más que la noche anterior y aunque no estaba del todo lúcido, pudo apreciar todo aquello.

Recordó también el dolor que había sentido al darse cuenta de que era uno más. De que la chica a la que quería estaba con otro. Y cerró el puño con rabia, mientras sus músculos se tensaban. Se sentía frustrado y enfadado, y notaba ese dolor lacerante que relacionó con los celos. Pero no estaba desesperado. Ya no.

Matt se levantó, y el mareo volvió a aparecer, pero se impusó a él y fue a asearse. Se duchó y se afeitó y fue a la cocina a tomarse un café que le ayudase a despejarse. Mientras el café se estaba preparando, él se sentó en la encimera y se pusó a pensar de nuevo. Pensó en ella. Y en lo que significaba que la quisiese.

Nunca antes había querido. Bueno, si lo había hecho. Pero habían sido encaprichamientos tontos. Cuando había conseguido enamorar a esa chica, se le pasaba y se olvidaba de ella. Había hecho mucho daño a bastantes chicas, aprovechándose de ellas sin importarle sus sentimientos. Era cómico ver como ahora era al reves.

Sonrió sin poder evitarlo. Iba a tomarselo lo mejor que pudiese. La quería, pero solo tenía que olvidarla y entonces volvería a ser él mismo. "No es tan díficil", se decía mientras bebía el café. "Llamaré a Javi, y quedaremos para ensayar, y le contaré todo" pensaba ensimismado cuando el móvil sonó.

Javi debía de habérsele adelantado. Su amigo era insistente, sin duda alguna. Sus llamadas perdidas lo demostraban. Se dirigió a su habitación y recogió el móvil de entre las sábanas.

Sonriendo miró la pantalla del móvil. Un escalofrío recorrió su espalda y su cuerpo entero. No era Javi.

Elena.

21 de agosto de 2010

Cristales rotos.

Las luces pasaban a su lado sin que él se diese cuenta. Corría por la carretera, los coches pasaban por su lado y sus luces le cegaban. Paró a descansar, apoyando sus brazos en sus rodillas, jadeando.

No entendía por qué corría como si le fuese la vida en ello a la escuela de música. Que fuese a clases allí no quería decir que se encontrase cerca. Tal vez estaba en el otro extremo de la ciudad. Pero algo le decía que no, que la encontraría cerca. La silueta del edificio de la escuela se recortaba en la oscuridad. Estaba allí, a unos metros. Rememoró su sonrisa, y su imagen y las copas de más hicieron que soltase un gemido ahogado y comenzase a correr hacía la escuela.

La escuela de música, asentada en un edificio antiguo de la capital, se alzaba magnífica en la oscuridad de la noche, desafiando al cielo. Matt se sentó en las escaleras de la entrada, y observó a su alrededor. Unos pocos árboles, una fuente seca y unos metros de césped. Nada más. Ella no estaba allí. Su cerebro, contaminado por el alcohol, comenzó a elucubrar y a desesperarse cuando oyó unas voces. Se giró rápidamente y vio a un grupo de jóvenes que caminaban cerca del edificio y charlaban animádamente.

- Venga, vamos chicos. Llegamos tarde y no quiero perderme la cara de Juán cuando se entere de lo de Silvia -decía una chica de su edad, aproximadamente.
- Silvia y Juán, quién lo diría -le contestó el que debía ser su novio -Siendo Juán tal y como es... me extraña mucho.
- Bueno, el caso es que están juntos. Y seguro que besa mejor que tú.
- ¡Daos prisa! Sandra y Elena se van a enfadar, y con razón -gritó un chico que iba adelantado, junto a otra chica que sonreía
mucho.

Elena. No podía ser. Demasiada casualidad. No podía pasar la noche siguiendo a todos los grupos de jóvenes que hablasen de una Elena. Pero... Su desesperación se impuso. Nuevamente. Y les siguió.

Callejuelas y más callejuelas. La lluvía de Noviembre caía y calaba sus ropas. No sabía como había podido llegar a tal estado de desesperación. Caminando cabizbajo, manteniendo un ojo en el grupo de jóvenes que caminaba cincuenta metros por delante, y tratando de recordar como volver a la escuela.

Los edificios se abrieron y un descampado apareció ante sus ojos. Los jovenes se dirigían a un banco donde varías personas estaban sentadas y bebían. Unas motos con las luces encendidas, rodeando el banco, iluminaban a las personas de allí. Un simple botellón de descampado, pensó.

Entonces la vio.

La reconoció, incluso aunque les separasen más de cuarenta metros. Su larga melena castaña era inconfundible para él, incluso creyó aspirar su perfume a la distancia. Cambió su dirección, y buscó un árbol o un banco donde poder esconderse y observarla.

"Eres patético" pensaba mientras, agazapado tras un banco, observaba el grupo de jóvenes. No. La observaba a ella. Reía mucho y se notaba a leguas que también había bebido de más. Los altavoces de una de las motos escupían una música horriblemente mala que ponía de muy mal humor a Matt, pero a ella no parecía importarle. Tampoco conocía sus gustos músicales.

Los minutos pasaban, y unos pinchazos empezaban a incomodarle. No se había dado cuenta de que esa postura le sería incomoda en poco tiempo. Pero no quería moverse. Quería ir a hablar con ella. Pero... ¿Qué pensaría ella? La había seguido. La había buscado. Se había convertido en un acosador. En un desesperado acosador. Y se horrorizaba de ello. Se odiaba a si mismo.

Un grito le saco de sus pensamientos. Una de las chicas, que tambien llevaba unas copas de más, le gritaba, precisamente a Elena, pero Matt no llegó a entender nada. El viento y la lluvia se lo impedían. Pero si oía los gritos, y como Elena y esa chica hablaban en voz muy alta. Los jóvenes seguían bebiendo y sin prestarles atención, por lo que dedujo que no sería muy importante.

Dedujo mal.

Se oyó el ruido de una moto. Matt miró hacía las motos, y vio como un tipo con casco y chupa de cuero frenaba en seco delante de Elena. Y vio como ella subía a la moto, abrazándose a ese chico. Y como su amiga le volvía a gritar e intentaba hacerla bajar por la fuerza, pero el tipo aceleró y se largó del descampado, tirando a la amiga al suelo embarrado. Los jóvenes pararon, la música cesó y todos miraron la moto que se alejaba con su amiga en ella.

Los celos invadieron a Matt. Los celos y la desesperación. Y corrió a ayudar a la chica que estaba en el suelo, llorando.

- Venga. Levanta -decía mientras la incorporaba y la limpiaba la chaqueta con la mano -¿Estás bien?
- ¿Y tú quién eres? -le preguntó, llorando y recogiendo su chaqueta.
- Soy Matt, un amigo de Elena.
- Matt... Por favor, Elena...
- ¿Quién era ese? -inquirió el chico.
- Jesús. Es... un chico. Un cabronazo. Va a... Oh, la dije que no se montase, que no le siguiese el rollo, pero...
- ¿Va a qué? ¿Va a qué? -preguntó, desesperado -Responde, joder. ¡Responde!
- Va a llevarla allí, y después...
- ¿Y después qué? Oh venga ya. ¿Dónde va a llevarla?
- Al local abandonado de esa calle -dijo señalando una calle oscura, en la lejania -Tiene un letrero de neón. Oh, va a hacerlo...
- Bien, gracias -dijo Matt mientras salía corriendo hacía allá.

Se iba a meter en un lío. En un gran lío e iba a acabar mal. Lo sabía. Pero no le importaba.

Elena, sólo pensaba mientras corría saltando por el barro y esquivando los cristales rotos del descampado.

Piano clásico.

Javi le observaba preocupado. Bebía copa tras copa, sin casi dejar tiempo a que expusiese su problema.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó por enésima vez.
- Nada. Es eso. Nada -contestó mientras vaciaba otra copa de un trago y la ponía con fuerza sobre la barra -¡Otra! -exigió al camarero. Estaban en un bar de un conocido, allí la edad no importaba.
- Deberías dejar de beber. Ya llevas varías copas y aún no es medianoche.

Él le dirigió una mirada indescifrable, pero volvió a vaciar la copa de un trago.

Si. Tal vez debía dejar de beber. El alcohol no le sentaba siempre bien. No solía ponerse borracho, sólo lo había echo una o dos veces, y al día siguiente no recordaba nada de la noche anterior, y un dolor acerado sacudía su cabeza. Debía dejar ya las copas.

Pero, ¿por qué? Buscaba olvidar. Buscaba abstraerse. Buscaba volver a ser él mismo. Buscaba no depender de esa manera de una persona, y el alcohol le proporcionaba un estado de la realidad equívoco, y por tanto encantador. Buscaba desprenderse de ese mal humor. Buscaba olvidarse de ella.

"Sólo es otra más. Otra más con un pelo más bonito, con unas converse más relucientes, con un olor más profundo y con una sonrisa única. Pero una más en cualquier caso" se repetía una y otra vez, mientras vaciaba otra copa más.

Oyó vagamente como Javi le decía que se tenía que ir ya, que había quedado no tardando mucho con sus otros amigos. Él levantó la mano, indicándole que le había entendido. Javi le dirigió una última mirada preocupada y le puso una mano en el hombro.

- Eh. Escuchame. No tardes en volver a casa, ¿vale? Y cuando estés allí llamame o algo. ¿Seguro qué no quieres venir?

Negó con la cabeza

- Bien, bueno, como quieras. Llámame al llegar a casa.

Las horas pasaban rápidamente. Seguía tirado en la barra del bar, pero ya sin beber. Simplemente apollado sobre sus brazos y mirando al vacio mientras pensaba en ella. Inesperadamente, tomó una decisión. Se levantó y pagó todas las copas. Dejó el cambio sobre la barra, cogió su chaqueta de la percha y salió a la calle.

No sabía donde buscarla ni donde estaría. Trato de recordar todas las palabras que le había dicho. "He quedado con unas amigas y tal, y no puedo faltar..." No sabía donde vivía, ni por donde solía salir. Pero si sabía donde estaba la única escuela de música donde impartían clases de piano clásico, y no estaba muy lejos de allí.

Su desperación por encontrarla le hizo correr por las oscuras calles de la capital.

Su desperación por verla.

Café sin azúcar.

Jugueteaba con el móvil, intranquilo. Lo desbloqueaba, miraba la pantalla, lo bloqueaba. A los diez segundos volvía a desbloquearlo, volvía a mirar la pantalla, y lo volvía a bloquear.

Era viernes. El reloj marcaba las siete de la tarde y ella no le había llamado aún. Vale. Era cierto que no tenía una hora definida para llamar. Pero normalmente lo hacía por la mañana, tras salir de las clases, o retrasándose mucho, después de comer. Pero eran las siete y aún no sabía de ella. Y eso le ponía nervioso.

Matt no era un chico acostumbrado a esperar. Conseguía lo que quería, cuando quería y como quería. Siempre le iban bien las cosas. Llevaba el control de su vida. Y se sentía muy orgulloso de ello.

Pero esta vez era distinto. ¿Cuántas veces había repetido esa frase en su cabeza en estos últimos días? Más de las que esperaba, desde luego. Esta vez las cosas no salían como él quería. Esta vez era él el café sin azucar. Y ella era el azucar. Y un café sin azucar es un café asqueado y de mal humor.

Podría llamar él, pero su orgullo se lo impedía. Quedaron en que ella le llamaría. No él a ella. Y así sería. Podría acabar con todo ese innecesario juego de bloquear y desbloquear el móvil. Podría asegurar una cita para esa noche, y así verla una vez más. Podría llamarla y acabar con toda su angustia. Podría hacerlo.

Miró el móvil fijamente, lo desbloqueó y buscó su número en la agenda. Lo seleccionó. Sólo una tecla. Sólo tenía que apretar una tecla. Su desesperación se impuso, se tragó su orgullo, y enfurruñado la pulsó y colocó el aparato en el oído.

- ¿Diga? - contesto ella. Su voz sonaba distorsionada y se oía muy mal. Pero era su voz al fin y al cabo.
- ¿Elena? Soy Matt. ¿Qué tal estás?
- Ah, Matt. Muy bien, ahora mismo acabo de salir de piano.
- ¿Vas a clases de piano? Vaya, no tenía ni idea.
- No a teclado. A piano clásico.

Ella rio. Su risa provocó una sonrisa en su cara, y rememoró la sonrisa que tanto le gustaba.

- ¿Querías algo, Matt? -preguntó ella. Sólo tenía que decir la verdad...
- Si. Bueno. Ya sabes. Quería saber si... ¿Esta noche tienes algo que hacer? -soltó rápida y bruscamente.
- Ah... Matt... Si bueno... Esta noche no puedo ir a tu casa. He quedado con unas amigas y tal, y no puedo faltar, llevo sin verlas mucho tiempo. ¿No te importa, verdad?
- ¡No! Para nada. Otro... Otra noche será.
- Si. Genial. Te llamaré, ¿vale?
- Claro. Bueno, entonces... Pásalo bien.
- Eso haré. Gracias Matt. Chao -colgó.

Se quedó unos segundos con el móvil pegado a la oreja. Enseguida lo lanzó al sofa, mientras corría a su habitación y cogía algo de abrigo.

Al pasar por el salón se paró. Miró el sofá y recogió el móvil. Marcó un nuevo número.

- Javi... Soy Matt. ¿Estás libre?
- ¿Matt? Es viernes. ¿No estás con...?
- Si, es viernes -cortó Matt -¿Estás libre?
- Había quedado más tarde con unos amigos, pero... creo que pueden esperar.
- Genial. Gracias Javi. Voy a buscarte a tu portal. Ahora nos vemos -dijo bruscamente mientras colgaba el móvil. Se asomó por la ventana y miró fijamente la luna antes de salir por la puerta y bajar saltando los escalones mientras su frustración aumentaba.

Iba a ser una noche muy larga.

20 de agosto de 2010

Música improvisada.

La musica terminó, bruscamente. Los instrumentos pararon. Todos se giraron.

- Lo siento -dijo el causante del parón mientras cerraba la puerta.
- Llegas tarde. Otra vez -le reprochó el bajista.
- El metro. Ya sabes -contestó sólo Matt.

Mientras los demás chicos seguían tocando, él colgó la sudadera en la percha y fue preparando el equipo.

- ¿Has practicado algo? -preguntó Javi, el guitarrista, su mejor amigo.
- Más bien poco. He estado... ocupado

Todos sonrieron. Conocían bien a Matt. Y sabían cuales eran sus principales ocupaciones.

- Pero he tenido tiempo para componer algo. Es un arpegio sencillo, Javi. Y Rubén, el bajo puede marcarse una linea en Re y en La menor. Santi, marca un ritmo no muy rápido -ordenó Matt mientras se colgaba su guitarra y preparaba el microfono.
- Matt, estabamos tocando la última. Vamos a ensayar lo que tenemos y luego compondremos lo que tu quieras -replicó Santi.
- Hazme caso, enserio. Tengo una buena idea. Por favor.

Santi sacudió la cabeza y comenzó a tocar suavemente la batería. Dos compases despues, Javi arpegió con delicadeza las cuerdas de su guitarra mientras Rubén improvisaba una linea de bajo. Matt tosió, marcó el acorde, y comenzó a cantar.

Era totalmente improvisada. No había compuesto ninguna letra, simplemente mientras estaba sentado en el sofá de su salón, mirando al vacio, había tocado dos o tres acordes que pegaban, y le había venido una melodía a la cabeza. No pensó en la letra, y se dejó llevar por sus recuerdos y sus sentimientos, cantando más cosas de las que nunca se atrevería a decir. Los chicos captaron esa improvisación y ese cambio en el cantante, pero no pararon de tocar. Los instrumentos fueron parando, uno a uno. Hasta quedar sólo la voz de Matt. Con una ultima frase, acabó la canción.


- Tu canción no ha estado mal. Tal vez quedaría mejor otro tipo de arpegio, y que no solo marcases los acordes -dijo Javi mientras caminaban hacía la parada de metro. Tras las dos horas del ensayo, Santi y Rubén ya se habían marchado en coche. Javi y él aún no tenían los dieciocho y volvían en metro. Pero su mente divagaba, como solía hacerlo estos últimos días, en una misma dirección.

Y Javi se daba cuenta.

- ¿Otra vez esa chica?
- Se llama Elena- contestó Matt, quitándole importancia al asunto.
- Como sea. Últimamente estás que no paras. ¿Tanto te gusta?

Puso cara de circunstancias, y suspiró.

- En ese caso, ¿Por qué no lo hablais? No te entiendo. Todos los viernes la tienes en tu casa y acabais en tu cama. ¿Cuál es la pega?
- ¿Cuál es la pega? ¿Lo preguntas enserio? Javi...
- Si. Lo sé. Regla número uno: Matt nunca se enamora -dijo sarcásticamente con voz de burla, tratando de hacer sonreir a su amigo.

Pero él se mordió el labio y miró a otro lado.

Si. Él nunca se enamoraba.

Uno más.

Cerró la puerta y bajó las escaleras, saltando cada dos escalones. Abandonó su portal y no miró atrás, como normalmente hacía para contemplar su imagen en el espejo y pararse a peinarse o atarse los cordones. Pero esta vez no lo hizo.

Subió al metro justo antes de que se cerrasen las puertas, empujando a una chica que se giró enfadada con intención de comenzar una discusión, pero no lo hizo. Le sonrió y le dejó pasar. Matt no se sorprendió, era una reacción a la que él ya estaba acostumbrado. Se sentó en un asiento desocupado, enchufó su iPod y dejó que los acordes de sus canciones favoritas sonasen en sus cascos, aislándolo de los ruidos del metro de la capital. Por enésima vez, rememoró la noche anterior.

No se había movido hasta que ella se hubo despertado, y somnolienta le mirase. Entonces ella le había sonreido. Y él no había podido evitar devolverle la sonrisa. Se había duchado mientras ella se desperezaba y se vestía. Habían desayunado juntos mientras hablaban sobre nada importante, y tras acabar el café ella se había marchado.

Entonces se había sentido tremendamente solo.

Era extraño que se sintiese solo. Había pasado la mayor parte de su vida solo. El trabajo de su padre le obligaba a pasar largos periodos de tiempo en el extranjero, mientras que su madre había muerto en un accidente de coche cuando el solo tenia tres años. Por tanto, practicamente vivía solo.

Y tener la casa sola era una ventaja. Si, las mejores fiestas eran en su casa, y podía invitar a todas las personas que quisiese y hacer lo que le placiese, ya que sus vecinos no solían quejarse. Aprovechaba mucho esa ventaja, y cada dos semanas había fiesta en su casa para celebrar algún cumpleaños o alguna ocasión especial.

Pero llevaba un mes sin hacer fiestas. Sin pasar la noche con alguna chica ávida de conocer su dormitorio. Sin beber hasta emborracharse junto a sus amigos. Si. Llevaba un mes pasando con la misma persona todas las noches de los viernes. Solo con ella.

No sabía mucho de ella. Su nombre, su marca de cigarros preferida, la bebida que más le agradaba y poco más. Pero no era como las otras chicas. Ella no se presentó ávida por conocer su dormitorio. Ella simplemente le sonrió.

Esa sonrisa. Si, era esa sonrisa la que le hacía sentirse solo. Y no le gustaba.

Oh venga ya. Él no era así. Él era el hacedor de heridas. Él era el causante de la soledad. El que jugaba en casa, con ventaja. El cazador de mariposas. El buscador de nubes. El rey del bosque. Y sin embargo ahora no era eso. Ahora era un parche, una tirita, un hilo verde, una mariposa cazada, una nube oculta. Solo uno más.

Y no quería ser uno más.

Luz de la mañana.

Abrió los ojos. La maldita luz de la mañana le daba de lleno en la cara. Parpadeó, tratando de ubicarse, pero tras observar a su alrededor se cercionó de que estaba en su habitación, en su casa. Pero no estaba solo.

Ella estaba allí. A su lado, apollada en su pecho desnudo, durmiendo profundamente. Su melena castaña, enmarañada, le hacía cosquillas en la nariz, a la vez que su olor ascendía hasta su nariz, provocando recuerdos de la anterior noche.

No recordaba muchos detalles. Como anteriormente, habían quedado en su casa para tomar unas copas y charlar y charlar hasta que las palabras se las llevase el viento y el humo. Pero una cosa llevó a la otra, las copas de más, los temas cada vez menos interesantes, los cigarros que se acumulaban en el cenicero hasta llegar a caer en la mesa, ensuciandola de ceniza, y el instinto, entre otras cosas, hicieron que sucediese. De nuevo.

La luz seguía penetrando en la habitación, cada vez más intensa, denotando la salida del sol, pero a él ya no le importaba que dañase sus ojos. Le interesaba la chica que dormía placidamente a su lado, apoyada en él. La chica del pelo bonito, a la que había conocido por la amiga de un amigo. Nunca diría que fue amor a primera vista. Le gustó su pelo, y le pareció... interesante. Y él siempre había perseguido las cosas interesantes, pero tenía suficientes problemas como para decantarse por algún otro que pudiese causarle su curiosidad, pensó la primera vez que la vio.

Sin embargo entró en su vida por la puerta grande, como un torbellino en plena acción destructiva. Consiguió cambiar sus esquemas y sus problemas en menos tiempo del que él había imaginado. Y una charla llevó a otra, y en el mismo salón donde tantos copas habían sido vaciadas posteriormente, una mañana en la que venció su timidez y miedos, dando rienda suelta a sus sentimientos, él la había besado.

Desde entonces, todo había dado un giro hacía una dirección peculiar. Su vida no estaba al reves, pero tampoco era como anteriormente. Él lo definía como un giro de noventa grados. Y eso complicaba unas cosas y facilitaba otras.

Y ahora la tenía allí, en su cama, entre sus sabanas arrugadas. La luz tambien la iluminaba a ella, facilitando la visión de sus rasgos en la prenumbra de la habitación. Su nariz, roja tras beber algunas copas de más, su piel, su pelo, desperdigado por la cama. No pudo evitar una sonrisa pícara.

Ella estaba allí.

Y él estaba con ella.

19 de agosto de 2010

Pure colors.

Los colores nos acompañan en todos los momentos de nuestra vida. Cada cosa tiene un color. Asi como la pared es blanca, la guitarra es negra, la mesa es marrón, y podría seguir. Si, claro, el color es algo material porque pertenece a lo material, la materia tiene color exceptuando algunos casos excepcionales.

Pero ¿y cuándo pensamos en los colores? Piensa en el color azul. ¿Qué se te viene a la cabeza? ¿El mar? ¿Una mancha azul? ¿Un objeto azul? Azul engloba a tantas cosas, una sola palabra, algo que pertenece a lo material pero que entra en lo intangible.

Si, entra en lo intangible. Piensa azul, y se te viene el mar a la cabeza. ¿Pero y si piensas azul y se te viene una persona específica a la cabeza? Porque eso pasa. Si pienso en un amigo, mi mente lo visualiza con un color específico a su alrededor. Tal vez asocio el significado que le doy a ese color a la personalidad de esa persona, o que a ese amigo le gusta ese color.

Es un hecho, cada persona importante en mi vida tiene un color. Aunque se pueda repetir el color, no es el mismo, varía en un mínimo ápice. Siempre.

Pero tambien hay sentimientos específicos, o situaciones que asemejo con colores.No me refiero a, por ejemplo, el odio,y darle un color. Más bien, odio a tal persona, y se me aparece un color, aunque esa persona tenga otro, simplemente por el hecho de ser un sentimiento específico.

Los colores puros, sin embargo, son aquellos "elegidos" que no asocias con ninguna persona. Aquellos que no se te vienen a la cabeza al pensar en alguien, aquellos "privilegiados" que no tienen a nadie a quien simbolizar. Y yo los llamo colores puros,porque son los colores que no estan corrompidos por las personalidades de las personas.

Aun conservan su esencia, y es esa esencia misma la que los convierte en puros.

La pureza del color, por tanto, es la máxima perfección a la que puede aspirar un color. Aunque la aspiración es una acción muy humana, y un color no es para nada humano. Un color es... un color.

Y un color puro es el mejor de los colores.

Life.

La vida... ¿Qué es la vida? ¿Es algo fugaz? o por el contrario, ¿es algo largo? ¿Y qué sentido tiene? ¿Vivir para morir? ¿Nacer para acabar muerto? ¿O ser feliz? ¿Y cómo se es feliz? Creo que reconoces la felicidad cuando pierdes la pierdes, es entonces cuando te das cuenta de que lo eras. O tal vez no. Tal vez la felicidad sea un estúpido invento del ser humano para acallar el vacio que ruge en su interior, devorándole poco a poco. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Demasiadas preguntas sin respuestas... Tantas respuestas sin su correspondiente pregunta. ¿Para qué estamos aqui?

Las cosas que creía imposibles, quedaron demostradas que no lo son. Los "juro que" "prometo que" no sirven para nada. El instinto, los sentimientos, nos llevan a incumplir las promesas que con tanto ahínco defendíamos.

¿Qué se ha de hacer? Mostrar los sentimientos... ocultarlos... no dejarse llevar por ellos... dar rienda suelta al instinto... ¿Qué es lo correcto? Los sentimientos traen adrenalina, diversión, emoción, dolor y sufrimiento. Lo más razonable sería evitar este dolor y sufrimiento y ocultarlos o reprimirlos. Pero tanta reprimición acabaría por estallar por algún lado. ¿Cómo ha de comportarse entonces? Soy humano ¿Y si no quiero serlo? ¿Qué es ser humano? ¿Qué conlleva ser humano?
¿Cuál es el motivo por el que levantarse por las mañanas? Vivir, y solamente vivir. Pero si la vida es un extracto difuso de ideas, sentimientos, instintos y supervivencia. Demasiado abstracto. Nada tiene un sentido definido. El sentido se lo das tu.