I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

19 de marzo de 2011

Se iluminan mil caminos.

Cuando las pesadillas asolaban sus sueños, movía los pies para despertarse. Sus pesadillas, como las de casi cualquier chico, pecaban de simples. Nada de grandes crisis económicas, ni agujeros negros absorbedores de planetas, ni bombas en ciudades desprotegidas. Unas malas notas, desapariciones, muertes, hijos rojo a punto de romperse, zombies atacando la capital y fantasmas del pasado, presente, futuro, y a veces de furcios. Las pesadillas eran capaces de provocarle sudores que acariciaban el Mediterráneo y ganas de ir al baño, sin necesidad de tomar ninguna bebida energética. En cualquier caso, su frecuencia no solía superar la del carnaval.

Sin embargo, en la mayor parte de las noches de ese mes las pesadillas habían encontrado un lugar cálido, superior a la media, en el que acampar y trabajar. Eran hábiles, astutas y escurridizas, e introduciéndose en esa parte desconocida de su revuelta cabeza, lograban despertarlo empapado y asustado. El sueño, junto al improvisado domicilio del sentido común, se escabullía oculto por las sombras que inundaban la habitación.

Durante dieciséis noches seguidas, el chico se había incorporado, había dado una calada al cigarro apagado del cenicero, y se había asomado a la ventana a observar la ciudad. El sueño volvía, tarde o temprano, con tres kilos más de egocentrismo.

Esa noche el insomnio fue su único compañero. Dos cigarros consumidos, y uno a medio terminar plagaban el cenicero y el ambiente de ceniza y humo, y el dibujo del vaho del chico marcaba el cristal. Dirigió su mirada a un punto, a una calle específica, a tres transbordos y diez paradas de él, en la que en un portal casi imperceptible entre los altos edificios cercanos, a cuatro pisos sobre el suelo, y a dos puertas del rellano, ella dormía ajena al mundo.

Con un suspiro, logró imaginar su expresión con claridad. Tumbada, bocabajo o hacía un lado si hacía frío, se encontraría arropada bajo dos sabanas moradas. Imaginó su boca entreabierta, debido al tapón de su nariz, y su respiración lenta y acompasada. Su ceño, liberado de emocinoes conscientes, descansaría y recuperaría fuerzas para el largo día siguiente, mientras que con un estremecimiento placentero, los dedos de sus pies se estirarían rozando el límite del colchón. Su rostro no mostraría más sentimientos que los que su sueño inventase.

Ella dormía, lejos.Él no lo conseguía. Ella soñaba con el descubridor de la pasta. Él nunca fue de polos. Ella estaba lejos. Él esperaba al caprichoso sueño sentado.

El inoportuno teléfono, como tantas otras veces, rompió el silencio asentado en el dormitorio. ¿Cómo cojones hacían llamar a esos de las compañías telefónicas a las cinco de la madrugada? Enfadado, apretó la tecla verde.

-¡Son las cinco de la mañana, joder!

Se oyó una risa al otro lado de la línea.

-Ya veo. Parece que no soy la única que no podía dormir.