I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

11 de septiembre de 2010

Universo nocturno.

En algunas ocasiones, cuando su estado de humor no podía ser más nefasto y ni un paseo por su parque favorito, ni un helado de nata, ni un abrazo no-compasivo, ni unos acordes con significados varios, ni el alcohol, ni el frío, incluso ni el cielo oscuro impregnado de estrellas conseguían tranquilizarle, perdía completamente el control de sí mismo.

Y era entonces cuando el chico de verde dejaba atrás su loca cordura, y entraba en un estado de desesperación superlativo.

Era entonces cuando corría y corría sin mirar atrás, tratando de huir de sí mismo y dándose cuenta de que jamás lo conseguiría. Y tras correr, tropezaba con una piedra y, sin aliento, caía al suelo donde contemplaba el cielo. Donde recordaba el por qué de su nefasto humor, y entonces no podía evitar que un grito escapase de su garganta, y aún con el corazón latiendole a mil por hora, se levantaba y volvía a correr, tratando de ocultar su desesperación al mundo.

Y sólo cuando llegaba a la seguridad de unos árboles ocultos entre sombras o de un callejón oscuro o de una calle sin miradas curiosas, era cuando su desesperación le hacía gritar incoherencias, y golpear el aire, y darle patadas a las rocas aún haciéndose daño. Pero estas rocas nunca eran lo suficiente duras, ni el aire lo suficientemente compacto, y las incoherencias nunca eran lo suficientemente incoherentes para que se calmase.

Entonces se tiraba al suelo, donde contemplaba el cielo y trataba de analizar lógicamente la situación, pero nunca lo conseguía. Y se volvía a desesperar, y volvía a patalear, y a gritar, y a golpear.

Sólo cuando las rocas estaban desperdigadas, y el aire cargado, y los gritos comenzaban a sonar repetitivos, se volvía a lanzar al suelo y a contemplar a su alrededor, mientras que su corazón casi a punto de estallar, la sangre ardiendo por sus venas, y su cuerpo entumecido le proporcionaban un estado de ensimismamiento que conseguía calmar algo su desesperación.

Y era entonces cuando su enturbiada y casi ebria mente, comenzaba a despejarse y trataba de pensar con claridad. Y recordaba el motivo por el cual su habitual tranquilo humor se había vuelto nefasto. Y, aún repugnándose a sí mismo por su debilidad, las lagrimas caían por su rostro sin cuidado alguno en ensuciarlo y hacer de éste más miserable, era cuando se desahogaba completamente, ante las rocas desperdigadas, los árboles que le contemplaban en silencio y la oscuridad de la noche.

Y tras las lagrimas, venía el silencio. Y allí, tumbado en la arena, o en el asfalto, o en las baldosas de la calle, comenzaba a planear y planear una manera de cambiar su humor y solucionar la causa de que éste fuese tan malo. Y el sonido de los grillos, y la oscuridad del cielo, y el susurro del viento, y los cracks y sus recuperaciones, y los coches circulando en las carreteras cercanas y lejanas a la vez, componían una melodía contínua que calmaba su desesperación.

Y tras la tormenta, viene la calma. Y al chico la calma le pillaba tirado en el suelo mientras planeaba y las lagrimas se secaban sobre su rostro. Y entonces, en ese estado tan lamentable, no podía evitar una sonrisa y que una carcajada saliese de sus labios.

Porque en algunas ocasiones, la vida cobraba sentido.

¿La vida?

No.

Su vida.

No hay comentarios: