I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

21 de septiembre de 2010

Como pez en el agua.

Cerró los ojos con fuerza e inspiró. El humo que flotaba en el salón entró por su nariz, pero el chico ni se inmutó.

El ambiente estaba cargado, el olor a alcohol y a tabaco inundaba la habitación. Las botellas vacías tiradas por el suelo, el cenicero hasta arriba de colillas, algunas de las cuales descansaban en el suelo o en la mesa. Las cortinas estaban corridas para impedir el paso de la luz, aunque el cielo estaba cubierto por un cúmulo de nubes. La escena le resultaba extrañamente familiar.

Se incorporó rápidamente y se dirigió a su dormitorio, donde se tumbó en la cama, apoyándo la cabeza en sus brazos mientras movía su pie izquierdo al ritmo de una canción imaginaria. El fuerte dolor de cabeza se impuso.

La noche anterior había vuelto a haber una fiesta en su casa, tras tanto tiempo. Una gran fiesta. Sólo había avisado a las personas más cercanas, pero éstas avisaron a su vez a más gente, y a las tantas de la madrugada el salón estaba en su aforo máximo. Mucho alcohol, mucho tabaco, mucho magreo, muchas otras cosas. Muchas. Esa fiesta sería recordada durante bastante tiempo.

Sin embargo, el chico no había disfrutado totalmente la fiesta. Sí, bebió y fumó como el que más. Y rió. Y bailó. Y abrazó a desconocidos. Y sonrió. Aun así, cuando el vozka que circulaba por sus venas le hizo parar y sentarse en una esquina de la casa, la recordó.

Porque sí. Había habido alcohol, y buena música, y tabaco, y magreos por todos los lados, y habitaciones ocupadas, y gente, y chicas. Y los vecinos no habían subido a quejarse. Y las nubes habían dado un descanso y se había podido ver la luna, con forma de uña. Y todo había salido genial. Pero, aúnque le costase mucho admitirlo, el alcohol no sabía igual si no lo compartía con ella. Y la música no era igual si ella no la escuchaba. Ni el tabaco, ni los magreos.

Su ebriedad no hizo más que frustrarle por sus principios perdidos. Por haber perdido sus papeles. Por haberse dejado hacer eso. Por sentirse tan... dependiente. Por aguardar ansiosamente una de sus llamadas. Por tratar de ajustar su horario para poder verla un rato a la salida del instituto. Por gastar su dinero en recargar su móvil para los sms de madrugada. Por no poder llevar el control.

Y fue en esa esquina, sin venir a cuento, donde se dió cuenta de que por muchos conciertos, por muchas canciones, por mucho pelo que le tapase los ojos, por muchas converse, por muchas fiestas en su casa, por muchas aventuras pasajeras, por muchos escritos, dibujos, palabras, acordes, deudas y cartas, siempre habría alguién mejor que él. Que él no era el mejor.

Que no era sino uno más.


El sonido estridente de su móvil y el de la madera cuando éste vibró le trajó de vuelta a la realidad. Con pereza, se levantó, desbloqueó el aparato y leyó el sms.

Sí, era cierto que él no era el mejor. Que sólo era uno más.

Sin embargo, era él quien recibía esos sms de ella. Era él quien la besaba por las mañanas, las tardes y las noches. Era él quien escuchaba de sus labios sus dos palabras favoritas. Era él el que, sacrificando tantas cosas, obtenía a cambio tantas recompensas. Quien buceaba en sus recuerdos. Quien se sentía como pez en el agua. Era él quien pasaba las noches de los viernes con ella. Y las tardes de los jueves, y de los miercoles, y de los martes y lunes. Era él.

Y fue ella quien logró, aun con ese dolor lacerante que le martilleaba una y otra vez la cabeza, que el chico de la física esbozase una ancha sonrisa en medio de la oscuridad.

Como un niño.

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