I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

8 de septiembre de 2010

Escalofríos tempranos.

No conseguía explicarlo... Era algo así como un acorde sin nombre. Como un libro completamente en blanco. Como una pila sin bateria. Como unos cascos rotos. Como un GPS que no ubica, desorienta. O como un color sin significado. O tal vez como un helado sin nata. O como un boli sin tinta.

No. Por más que lo intentase no iba a encontrar una comparación posible, ya que ninguna se acercaba a la realidad. Porque podía imaginar, hipotetizar y especular sobre como se sentiría, y podría pensar que había acertado con alguna comparación, pero algo que no sabía explicar le decía que no iba a ser tan fácil.

Porque podía separarse de su calor en un banco cualquiera. Porque podía sentarse en un paso de cebra y esperarla. Porque podía jugar a los tira y afloja y resultar ganador. Porque podía levantarse y marcharse a casa sin mirar atrás. Porque podía hacer muchas cosas. Pero lo que ella no sabía era lo que le costaba alejarse de ella en el banco, ni tampoco se percataría de las miradas furtivas y rápidas, pero vigilantes que la dirigiría sentado en un paso de cebra, ni de la fuerza que había de hacer en los tira y afloja mientras que la cuerda quemaba sus manos. Porque no sabía lo dificil que era para él no girar la cabeza para comprobar si le seguía, ni la continua lucha que se libraba en este tira y afloja.

Y ni siquiera sabía por qué le preocupaba tanto.

Sí, era gracioso pensar que el chico de las semifusas y de las aventuras pasajeras participase ahora, casi continuamente, en los tira y afloja de la de las converse. Pero, ¿sabeis una cosa? Más gracioso era pensar en la reacción que el chico tendría si en alguno de los casi constantes tira y afloja acabase tensando demasiado la cuerda y ésta se rompiese con un estallido, como la sexta cuerda de una guitarra tras afinarla demasiado.

Porque por más que lo pensase no encontraba comparación lo suficientemente cercana a su hipotética reacción. Porque aún con la cordura de cualquier chico de diecisiete años, la locura es relativa. Y la locura podía ser magnética y atrayente como un imán enorme y rojo. Y siendo francos, el chico de las camisetas verdes no se sentía lo suficientemente loco como para plantearse regresar a la cordura de la vida real.

Porque como había dicho una vez, la vida real era aburrida. Él había preferido crear su propia vida. Y en ésta existían una serie de hechos claros y sólidos.

Que nunca dejaría de soñar despierto, que el cielo nunca estaría lo suficiente nublado como para desear acabar con su existencia, que los helados eran imprescindibles tanto en verano como en invierno, que beber vasos de agua era el principal metodo de desahogo, que nunca había reido lo suficientemente fuerte. Que en su vida estaba permitido emocionarse con sus canciones favoritas. Que en su vida existían ideas ideales, que ideales, idealísimas. Que algún día viajaría por todo el mundo.

¿Se dejaba algo?

Ah, claro.

Que estaba completamente enamorado de la chica de la nariz rojiza.