I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

7 de septiembre de 2010

Eco del aire.

Como tantas otras veces, se planteó de nuevo como hacerla saber. Como hacerla saber lo que él sentía. Porque podía decirselo mil veces, pero además de ser cursi y empalagoso, ella podía no creerle. "Las palabras se las lleva el viento", como ella dijo. Tal vez podría escribirlo, y hacer que el papel llegase a sus manos. Pero ese papel podía perderse, y las palabras son meras palabras, aún no siendo pronunciadas, si no escritas.

Tal vez podría componer y dejar que los acordes, o los arpegios, o las quintas, o las cuartas, o lo que fuese, dejasen claro sus sentimientos. Tal vez podría cantar. Pero claro, la música sólo es música, y aún pudiendo expresar muchos sentimientos, él sabía que no era la manera indicada.

Volvió a preguntarse por qué sentía la necesidad de hacérselo saber. Y con una sonrisa, volvió a recordar la respuesta.

Sí.

Quería que supiese que, aún siendo rematadamente empalagoso, había decidido abrirse. Había decidido dejar su ser al descubierto, incluso sabiendo que eso le traería problemas. Que había decidido olvidarse de esas aventuras pasajeras a las que él había estado tan acostumbrado. No por conveniencia, ni por obligación. No. Porque el la quería.

Que había dejado de preocuparse por el destino del tren, para disfrutar del trayecto. Que hasta su manera de hablar había cambiado. Que recordaba números sin significado aparente, pero que al ser pronunciados por cualquier persona le hacían sonreir. Que sus excusas cada vez eran peores. Que adoraba los helados de nata. Que había conseguido tomar decisiones que anteriormente habría rechazado. Que había logrado elaborar suficientes metáforas como para aprobar literatura durante varios cursos.

Que ahora temía la oscuridad. Nunca antes lo había hecho, ya que él y ella habían sido amigos. Se habían beneficiado. Ella le proporcionaba un lugar aislado desde el que poder observar a su alrededor, frío que calmaba su ardiente temperamento y a cambio él atraía a chicas sin nombre que sólo servían de alimento a la oscuridad. Habían trabajado bien en equipo. Pero su amiga se había desvanecido con la aparición de la luz de las converse. Y ahora temía su regreso.

Se sentía como en una calle cualquiera, por la noche. No tan tarde como para que el sueño le invadiese y le incitase a regresar a casa, pero lo suficiente para que no haya nadie que estropee su percepción. Si, si. Antes había odiado esas calles, le parecían tristes y peligrosas. Y sin embargo adoraba caminar por ellas, contemplando las luces de las farolas que parecían señalar un camino de baldosas amarillas, pero que no hacen otra cosa que iluminar de manera vaga la carretera de asfalto. Y en esa calle, se sentía libre.

Y sintiendo esa libertad que le causaba tanto furor, también sentía su dependencia. Agh. Nunca le había gustado depender, consideraba que eso no era para él, que él era lo suficientemente fuerte como para resistir cualquier ataque de dependencia que apareciese en su vida. Pero notaba la fuerza con la que era arrastrado al abismo. No, no se agarraba a ninguna cuerda salvadora, que es lo típico. Él se lanzó al abismo, aún teniendo centenares de cuerdas que le proporcionaban seguridad. La fuerza de la gravedad, su atracción por la luz que en el fondo podía vislumbrarse y su sonrisa, habían provocado que abandonase el bosque de cuerdas salvadoras.
Y los Newtons de esa fuerza superaba con creces los que se exponían y se pedían en sus queridos problemas de física. Y su dependencia crecía, y su libertad también. Y era la fusión perfecta. Como el azul y el amarillo, que al mezclarse forman el verde. Y él no podía vivir sin el verde.

Porque la física de la realidad y del amor son diferentes.

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