I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

14 de septiembre de 2010

-Permíteme un minuto.

¿Alguna vez habeis visto algo que no esperabais ver pero que es capaz de alegrar una tarde monótona y aburrida? No algo normal y corriente, no. Algo que con sólo verlo sonríes y casí no puedes evitar una carcajada. Y no es porque sea gracioso, no hace falta que lo sea. Simplemente es porque sí. Aún siendo una redundancia.

Sí. Eran ese tipo de cosas no planeadas e imprevistas las que le producían esa sensación de ebriedad. Esa sensación que hacía que el tiempo corriese más rápido, que el fuego no le quemase, que el hielo no le enfriase, que los vasos de agua fuesen mejor que la coca-cola, que los acordes se sucediesen con un susurro en cada una de las canciones que compuso para ella. Que la música le produjese escalofríos, que la recordase al caminar por la calle sin rumbo, que sonriese cuando alguien pronunciaba su nombre, que esperase verla entre el tumulto de personas que caminaban por la calle. Que cantase contínuamente sin importarle quien le escuchaba. Esa sensación que conseguía volverle loco.

Y su ebriedad se entremezclaba con su locura, provocando su inspiración.

¿Y por qué ella? ¿Qué era lo que tenía ella? Nunca sabría responder correctamente a esa pregunta. Tal vez podría decir que su sonrisa no se dibujaba en ningún otro rostro conocido. Que sus ojos observaban de manera diferente a los demás. Que su pelo liberaba un olor único. Tal vez podría decir eso, y muchas más cursiladas. Porque ella le hacía ser cursi. Rematadamente cursi. Tal vez podría contestar con su respuesta favorita.

Pero no sería justo. Porque esas preguntas poseían una respuesta en común. ¿Por qué la quería? Sí, tal vez. Pero, ¿y por qué la quería a ella? ¿Por qué la prefería antes que a la botella de ginebra, o a las demás aventuras pasajeras?

¿Por qué coger su mano era tan gratificante? ¿Por qué no le importaba mostrarse tal y como era, sin tapujos, ante ella? ¿Por qué ojeaba continuamente su móvil esperando una llamada perdida o un sms? ¿Por qué unas simples palabras producían su ebriedad de cafeína? ¿Por qué sus anomalías no parecían tan anómalas cuando ella se reía de éstas? ¿Quién era esa chica que le recompensó con su nueva locura?

¿Quién era ella? ¿Quién?

El chico volvió, para su satisfacción, a encontrar una respuesta a sus preguntas. Una respuesta redundante, pero una respuesta al fín y al cabo.

Ella era ella. La chica de las converse rosas. La de los tira y afloja. La del pelo bonito. La de los abrazos no-compasivos. La de los sms. La de las llamadas si eso. La de las deudas. La de las diabólicas. La de la sonrisa inoxidable. Ella.

Elena.

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