I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

17 de octubre de 2010

No sólo las nubes se mueven en invierno.

El frío viento se colaba por entre las ramas, removiendo su cabello. El humo del cigarro huía de sus labios y se perdía con esa corriente.

Contempló el odiado cigarro. ¿Acaso no le había repugnado anteriormente?

Suponía que no. Que eran solo palabras, ¿no?

Y sus pensamientos, para variar, volvieron a tomar la misma dirección.

Porque siempre estaría el otro ahí. Porque él había sido el primero. Es cierto, Matt fue el primero en otras cosas, en el placer, en las deudas, en las manchas, en los compaginios. Pero eso era sólo eso. Sexo. Un mero placer, ahí se acababa. Sólo el sexo.

Porque sí. Porque joder, ella nunca ha sido, ni iba a ser, sólo una más. Porque era ella, y porque era la chica de la que él estaba enamorado.

Y porque, sin exagerar, si se llegaba a ir el chico se moriría. No físicamente, claro, el cuerpo seguiría ahí, con los ojos, el pelo, los cracks, los pies, los dientes. Y de vez en cuando tal vez sus músculos faciales podrían contraerse ante algo cómico o gracioso. Y los dientes relucirían. Tal vez el sonido de una carcajada escapase de entre sus labios. Y tal vez esa risa podría hacer
pensar a la gente que en ese momento me rodee que seguía vivo. Y biológicamente, seguiría vivo. Sus células seguirían reproduciéndose, sus mitocondrias continuarían con su interminable proceso de respiración, y su sangre seguiría fluyendo por su cuerpo.

Pero no. Era una pena admitirlo, pero también era un hecho. Las conexiones neuronales, ya bastantes deterioradas por alguna injusta anomalía, no funcionarían igual. Porque los iones de potasio y de sodio seguirían saltando la sinapsis sin problema. Pero el él que no tenía que ver con la biología no saltaría a la comba de la vida con la misma alegría que esos simples iones.

Porque había dejado de seguir el guión desde que las converse de la chica habían pisado el suelo de su casa.

¿Qué se repetía? Le daba igual. Y todo le daba igual, joder.

No creía que nadie fuese capaz de comprender. Ni siquiera él. Tampoco es que le importase mucho, la verdad. En este instante, sólo le importaba una sonrisa de vez en cuando sangrante, con hierros entre los dientes.

Porque se había enamorado. Como en Disney. Y no, no había cabalgado a caballo para salvarla. Ni había luchado contra demonios por su vida, ni ella había recibido un beso que la despertase de su letargo. No. No era una historia con guión.

No lo había hecho. Pero había arriesgado a muchas personas por ella, y había buscado lugares para ella, y había abierto su brick de leche para ella. Y había escrito en maderas húmedas. Y había deteriorado algunas relaciones por ella. Y la había cantado. Había perdido
orgullo, prejuicios, responsabilidades, modales, confianzas y cascos. Pero, ¿qué más le daba?

Los había perdido, sí. Y lo había hecho por ella. Por la chica que hizo de lo azucarado un manjar, la que se rió de las anomalías injustas, la que jugaba con las palabras y sin saberlo con algunos sentimientos, la que tocaba guitarras desafinadas, sin la que el frío se transformaba en un problema. La que tiraba de cuerdas con fuerza, la que fumaba de vez en cuando, la que mantuvo
relaciones con el alcohol, la que consiguió que saliese de una fiesta para ir corriendo a buscarla. La de las converse, la de naranja, la que compartía su mundo. Ella. Porque le daba igual haber perdido todo eso.

Porque si la perdía a ella, el mundo se iba a la mierda.

Perdón, se equivocaba.

Su mundo.

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