I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

12 de octubre de 2010

Helado de nata.

Esta vez, la luz de la mañana no fue la causante de que el chico se despertase más pronto de lo habitual, aunque la ventana estaba abierta de par en par. Ni los ruidos de las primeras horas de la mañana. Ni la música alta del vecino. Ni la llamada perdida.

No. Esta vez no había podido evitar despertarse antes de que el sol saliese de donde fuese que se escondía. El viento seguía siendo frío, las luces oscuras y las calles solitarias.

Antes de dirigirse a la cocina, encendió un cigarro y no pudo evitar mirar a la cama. Sonrió.

Por esa cama habían pasado muchas personas. Aventuras pasajeras, sin nombre, sin rostro. Sin palabras con significado. Sin nada. Y nada engloba muchas cosas, pero el chico no se quedaba corto. Ni mucho menos.

Volvió a la habitación, esta vez con una bandeja repleta de comida.

Y aún así, después de todo, había caído. Y podía sonar asquerósamente típico y tópico. Y topo. Pero, ¿qué mas le daba? Aún siendo esa la pregunta que tantas veces había repetido, la seguía usando con tanta frecuencia como al principio. ¿Al principio de qué? Bah, ¿qué mas daba?

Lo importante. Lo realmente importante era que ella estaba allí, tumbada en su cama, completamente dormida. Como al principio. Y que su pelo marrón, algo más corto que antes, estaba esparcido sobre la cama. Y su nariz inhalaba aire, para más tarde expulsarlo. Había dormido con ella. Ella había dormido con él. Y podría decir que como al principio.

Pero no. Porque al principio, el chico no sabía quién era la chica de las converse. No sabía su número favorito. Ni cuantas cucharadas de cola-cao y de azúcar hacían de un simple vaso de leche una perfecta cena. Ni sabía lo bien que esa chica compaginaba. No sabía que iba a ser aviadora. Ni que no le gustaban las hamburguesas crudas. Ni el sexo de su perro. Ni siquiera sabía su color preferido.

Sí, había caído imperiosamente en un agujero iluminado. Y no le importaban una mierda ni las líneas, ni las hormigas, ni los círculos, completos o viciosos, ni las anomalías.

Porque ahora le importaba ella. La chica que consiguió que hasta llorar fuese sexy.

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