I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

23 de octubre de 2010

Las hormigas podían resultar molestas.

El sonido del autobús le daba dolor de cabeza. Un brum constante y la vibración de las ventanas rayadas de cristal trataban de imponerse a los acordes de las canciones de su ya usado iPod. Un bache le hizo volver a la realidad, y Matt contempló a su alrededor sin encontrar a nadie en el viejo y maloliente autobús. No era de extrañar al haber pasado hacía tiempo medianoche.

Decidió que ya se encontraba lo suficiente lejos como para que él no le encontrase, y se apeó en la una parada cualquiera, en una calle mal iluminada. El humo que provocó el autobús al acelerar envolvió la calle sumiéndola en un estado de irrealidad que desconcertó al chico e hizo que lanzase su mochila contra y tirase la guitarra al suelo mientras gritaba. Ropa, cepillo de dientes, la mitad de un paquete de tabaco, objetos personales, algo de dinero y su guitarra eran sus únicos acompañantes en esta escapada.

Sí, había escapado de casa. No de la habitual casa vacía, con silencios ocupados por notas al azar, con todas las puertas y ventanas abiertas, con el olor a tabaco, sin recoger. No de su casa. No, se había escapado de ese lugar con puertas cerradas, con el volumen de la televisión tan alto como para ahogar sus canciones. Había escapado de ese lugar tan poco solitario.

Recogió su mochila y comprobó que la guitarra no había sufrido ningún desperfecto. Después comenzó a andar sin rumbo definido.

Las últimas dos semanas habían sido insoportables. Su padre había vuelto, y la sonrisa de ese hombre de ojos vivaces y barba canosa hizo que el chico se sintiese como un niño. No había podido evitar lanzarse a sus brazos entre risas. Un par de comentarios sobre su altura, pelo y el desorden de la casa, y entonces la había visto.
No había vuelto solo. Alta, rubia, sonrisa forzada, una mujer de mediana edad evaluaba al chico con aire despectivo. Se llamaba Rebeca, aunque ese nombre realmente no le importaba, se habían conocido en una cafetería y estaba divorciada, le explicó su padre. Matt se había tragado todas las palabras que se le vinieron a la cabeza, y la había saludado, decidiendo no interponerse en la vida de su padre.

Pero en esos catorce días, ella no había hecho más que demostrar lo poco que le importaba, y lo mucho que despreciaba, al chico de verde. Cientos de gestos, miradas, comentarios y un largo etcétera provocaban al chico a empezar una discusión con esa mujer de ojos azules.

No soportó la situación, no soportó ver como su padre la daba la razón aún a sabiendas de que se equivocaba. No pudo soportar las colonias baratas, ni los tacones tirados por el pasillo, ni las noches pasionales entre ambos adultos. Ni la cantidad alarmante de cervezas en la nevera y en la basura. No pudo soportar el cambio de aquel hombre. Y tras horas de gritos, tres o cuatro cervezas de más, un par de bofetadas y una decisión, allí estaba.

No tenía donde ir. No sabía donde cobijarse. La desesperación hizo que se sentase en un banco y encendiese un cigarro. Exhaló mientras el humo ascendía hacía las nubes, marcó un número conocido en su teléfono móvil y esperó a que contestase.

- ¿Diga?- contestó una voz somnolienta.

Entonces no supo que decirle. Como explicarle y pedirle tantas cosas. Y las palabras se trabaron, y no pudo contestar.
- ¿Matt? Es la una de la madrugada, ¿qué quieres? -Javi pareció impacientarse- ¡Matt!

Y el chico colgó, sin contestar a la pregunta de su amigo. Más tarde le enviaría algún sms explicándole que había sucedido.

Se colocó la mochila a su espalda, cogió la guitarra con una mano y con la otra se llevó el cigarro a sus labios antes de aplastarlo contra la madera del banco, y corrió al único lugar donde encontraría verdadero cobijo, al único sitio donde sería realmente comprendido.

Contó mentalmente las calles que le separaban de la casa de la de las converse. Trece.

Olvidó a su padre, y a la desagradable mujer, y a las telenovelas, y a las sabanas sin limpiar. Olvidó quién era. En su mente sólo se dibujó, para variar, una sola persona.

Y sonrió.

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