I like it

I like it
Take me to the place i love ... Take me all the way

8 de enero de 2011

Distrito de una ciudad perdida.

Tópicos tópicos y más tópicos. Se escondían con habilidad y disimulada elegancia entre las palabras y las arterias del chico que soñaba con romperlos. Con romper esos típicos tópicos que tantas bocas con dientes, lenguas y hierros habían repetido a lo largo del tiempo. Porque uno de los sueños, dejando aparte los imposibles y agobiantes, era no repetir esos tópicos constantemente.

Pero, ¿a quién le importaba lo que decía o dejaba de decir? "Lo cierto es que en ocasiones me repito más que las lentejas", se dijo a si mismo mientras salía del portal de la chica y comenzaba, contando cada uno de los pasos que daba, como solía hacer normalmente cuando la batería de su iPod le fallaba, a subir la calle que le llevaría a su casa vacía.

Sin embargo, cuando no llevaba más de cien pasos, se detuvo. Con rapidez dio un giro de ciento ochenta grados y contempló una ventana pobremente iluminada de una habitación con colores tal vez vergonzosos, corchos que se caen y móviles que desaparecen bajo las camas. Y recordó. Y sonrió.

Conversaciones tal vez estúpidas, y para un oyente anónimo y al azar, sin sentido, sin significado o incoherentes se repitieron en su cabeza. Y recordó un bote de colonia roto, un ordenador destartalado con miles de secretos, y un diario rojo escondido en un cajón.

Una bolsa de una tienda de un centro comercial de una ciudad del universo, cubriendo un regalo marinero. Cuatro pisos. Unas cuantas escaleras, blanquecinas o amarillentas.

- No te vayas -le había dicho ella, tumbada y apoyada en el pecho desnudo de Matt.
- No puedo irme. No quiero irme. No voy a irme.

Seguramente, ella no se había percatado del significado de esas diez palabras, y había seguido elucubrando, soñando e ideando planes y metáforas en su brillante, y a veces rematadamente atolondrado, cerebro.

Y es que, volviendo a metáforas más antiguas que el pan que se pudría en la despensa del chico, el tren con forma de submarino había dejado atrás los raíles metálicos que antes había seguido con tanto ahínco. No, ahora si que no tenía ningún destino predeterminado. Y volaba. Volaba muy alto, alejándose de la tierra, entremezclándose con las nubes, las fresas y algunos aviones. No podía apearse.

Además, los cómodos sofás, los desayunos improvisados, las lonchas de jamón, que no chopped, jamón, las películas que no vio, las que le quedaban por ver y las que no vería, el calor de los radiadores y las alfombras rojas que adornaban todo el tren, sólo conseguían aumentar su desesperación por quedarse en esa fila de vagones a los que ya se había acostumbrado, y sin los que no podía imaginarse. No quería largarse.

- No hay nadie en tu casa. Quédate a dormir esta noche -le había pedido ella.
- Esta noche no puedo, tu madre está en casa y he de terminar un trabajo.
- Prométeme que mañana te quedarás.
- No puedo prometerte algo que no depende de mí.

Como tantas otras veces, se dio cuenta de que, aún sin ser su número preferido, ni tampoco el de ella, dos era mejor que uno. Y se percató de la abismal altura que ese tren pequeño y con la coleta alta había alcanzado, y de la distancia que le separaba de la estación. Por un momento, añoró ese comienzo del viaje sin destino, las primeras impresiones, la timidez y el calor.

Su móvil vibró y sonó estrepitosamente. Con desgana, lo sacó y se dio la vuelta, volviendo a emprender el camino de vuelta a ese frío lugar donde una cama que cada vez era menos suya le aguardaba. Leyó el mensaje mientras caminaba cabizbajo.

"Te prometo que mañana te quedas."

Y, harto de tener que reprimirse las ganas de verla y cansado de tener que marcharse cuando no quería, dio una patada a un refresco y corrió a su portal. La puerta rota se abrió a su paso, y saltó los escalones de dos en dos, o de tres en tres. Hasta que llegó al cuarto piso, con el corazón latiendo muy rápido. Tragó saliva, se despeinó un poco con la mano su largo pelo, y fue a pulsar el timbre. Su dedo nunca llegó a tocar ese ansiado botón. La puerta se abrió, sorprendiéndole, con una sonrisa.

- Sabía que vendrías.


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